lunes, 4 de octubre de 2010

Volver a pelear la última guerra: Afganistán y el patrón de Vietnam.




Fragmentos del artículo de Thomas H. Johnson y M. Chris Mason en la Military Review.

En Vietnam, el enemigo fue monolítico; la insurgencia en Afganistán es una compleja red de redes, y eso es mala noticia. (...) Obviamente, las motivaciones de muchos de los combatientes del Talibán, en los niveles inferiores, son menos loables, desde la venganza hasta criminalidad y el mercenarismo, pero eso es irrelevante. El enemigo ha establecido exitosamente la yihad como su narrativa penetrante y generalizada. Consistentemente, a través del tiempo y del espacio, todas sus tan sofisticadas operaciones de información destacan uniformemente este mensaje religioso de la yihad. Casi todos los líderes talibanes, desde los niveles militares y políticos más altos hasta el de subcomandante de distrito, son mulás. Las implicancias de eso todavía no han sido asimiladas. Nosotros peleamos una contrainsurgencia; el enemigo pelea una yihad. (...) “negociar con el Talibán” para encontrar una solución política, como si el Talibán fuera algún tipo de organización política unificada y secular, es muy ingenua. No se puede negociar con la voluntad divina de Dios, y en Afganistán, sólo se busca negociaciones si se está perdiendo para obtener mejores condiciones de rendición. Al malinterpretar la naturaleza fundamental del enemigo, EUA vuelve a pelear la guerra equivocada, exactamente como lo hizo en Vietnam.

Lo esencial en una contrainsurgencia: la legitimidad. La cuestión central es que al presidente Karzai lo consideraban ilegítimo antes de la elección. El desastre político en agosto, al que el subjefe de la Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán, Peter Galbraith, llamó un “accidente ferroviario”, sólo cambió la percepción pública de Karzai del desdén a la mofa. Los afganos son conocidos por su cortesía; las encuestas de opinión en el Occidente sólo muestran lo que los afganos consideran que el entrevistador quiere escuchar. (...) La historia de Afganistán demuestra, conclusivamente, que la legitimidad de un gobierno proviene exclusivamente de dos fuentes inmutables; la dinástica (monarquías y patriarcados tribales) y las religiosas, y algunas veces de ambas. Estas equivalen a las fuentes tradicionales y religiosas citadas por el renombrado sociólogo Max Weber (...) la democracia no es una fuente de legitimidad en Afganistán.

Ni la “vietnamización” de aquel conflicto por el presidente Nixon ni la “afganización” de esta guerra jamás fue una opción viable. Como los Jefes del Estado Mayor Conjunto advirtieron al Secretario de Estado John Foster Dulles en 1954, “Se necesitan gobiernos fuertes y estables para poder crear ejércitos fuertes.” Vietnam, al igual que Afganistán, carecía de ambos. (...) El Pentágono continúa presentando la cifra (verdadera, pero irrelevante) de 90.000 soldados del ANA que han sido “adiestrados y equipados” desde mayo de 2002, sin mencionar que, tal vez, sólo están presentes 32.000 soldados de combate para servicio en la actualidad. (...) Detrás de la ilusión, el índice anual de deserción “oficial” cayó de su cumbre del 30% en 2005 a “sólo” 10%, pero la definición de “ausente sin licencia” oculta gran parte de los casos de deserción. La tasa de re-alistamiento es inferior a 50% y, con los contratos de cinco años, otro 12% de la fuerza abandonan la fuerza cada año. Con las bajas, enfermedades, etcétera, un cuarto del ANA se desvanece anualmente. El Ejército de EUA sabe que el ANA nunca podrá sobrepasar 100.000 efectivos, el doble de su total actual, porque antes de que acontezca esto, el aumento anual será igual a las pérdidas anuales. Las proyecciones de una fuerza de 134.000 soldados en 2010 ó un ANA de 240.000 en el futuro son absurdas. Desde mayo de 2002, la tasa de cumplimiento de instructores integrados en el ANA es aproximadamente 50% de los requisitos identificados, y la mayoría hizo uso de las especialidades de no combate. Al Ejército de EUA le gusta anunciar las operaciones en las cuales el ANA “asumió la vanguardia”, nuevamente pasando por alto mencionar que casi todas estas operaciones se realizaron en las áreas del norte de Afganistán, donde había poco combate, y que casi no ha habido ninguna operación en el sur, donde ha ocurrido el combate intenso.

La diferencia crucial.

En Afganistán, esta legitimidad crucial no tiene que ser nacional; puede ser local. La gobernanza en las áreas rurales del país históricamente ha sido descentralizada y tribal, y la estabilidad surge de una red compleja de redes tribales entrelazadas. Si los líderes occidentales pueden pensar fuera del marco establecido por el Tratado de Westfalia y aceptar formas no occidentales de legitimidad, es posible que puedan cambiar completamente a su favor la trayectoria descendente de la guerra. En lugar de concentrar energía y recursos en construir un castillo de arena a la orilla del mar, como hicimos repetidas veces en Saigón. (...) significa aprovechar nuevamente a los ancianos aldeanos, en contraste con la política actual de intentar marginarlos aún más con las elecciones locales. (...) El restablecer la legitimidad y gobernanza local es, de hecho, la única oportunidad que queda para sacar algo parecido a nuestras metas de seguridad en Afganistán del fracasado Proceso de Bonn y de las mordazas de la derrota.

El cruce de ejes: el fracaso militar estratégico.

Desde 2002, la conducción de la guerra en Afganistán —en todos los niveles— se ha basado en una estrategia implicada de desgaste por medio de operaciones de rastreo casi idénticas a las que se realizaron en Vietnam. En Vietnam, las denominadas misiones de “búsqueda y destrucción”; en Afganistán se denominan “operaciones de rastreo” o “registros de complejos”, pero el objetivo es el mismo —encontrar armas que son fáciles de reemplazar o despejar pequeñas secciones arbitrariamente escogidas de terrenos inservibles por un corto periodo, transferir la responsabilidad de proporcionar la seguridad de la misma a las fuerzas de seguridad del lugar que no pueden mantenerla, y luego repetir el proceso en otro lugar. La gran mayoría de nuestro recurso más precioso en Afganistán, la “hora-soldado”, se ha venido desperdiciando de esta manera desde enero de 2002. Como es de esperarse, el plan de tropas por cada milla cuadrada a finales del 2009 que llegara a una 1/32ava parte de la de Vietnam, tampoco funcionaría en Afganistán. Tanto en este país como en Vietnam, la reserva de mano de obra del enemigo para las tropas y líderes tácticos no es su talón de Aquiles, puesto que, como fue la situación en Vietnam, el enemigo puede reemplazar las bajas a un ritmo más rápido de las que podemos ocasionar.

El General McChrystal es el primer comandante estadounidense desde que comenzó la guerra que entiende que la protección del pueblo, y no la persecución de adolescentes analfabetos y armados en el campo, es el principio fundamental de la contrainsurgencia. No obstante, cuatro meses tras la asunción de su cargo, poco parece haber cambiado. (...) la Operación Kanjar sin experimentar una sensación de déjà vu. Los vídeos mostraban la llegada ruidosa de helicópteros CH-47 (Chinook), de la época de Vietnam, en la provincia de Helmand con 4.000 Marines a bordo, en julio de 2009 para llevar a cabo otra misión de despeje. Sí, esta vez los Marines dicen que van a quedarse para proteger el pueblo, pero, ¿por cuántos años? ¿Cinco? ¿Diez? El código innato de ADN del Ejército de “localizar y aniquilar al enemigo”, el artículo de fe del General Westmoreland (bien conocido como “el Concepto”) estaba, por así decirlo, reforzado por la experiencia de Vietnam.
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Como en Vietnam, el Ejército de EUA en Afganistán continúa subconscientemente peleando el tipo de guerra de maniobra que le gusta pelear. La 82ª División Aerotransportada no pasa la mayoría del período de adiestramiento pre-despliegue aprendiendo a hablar pashto, ni tomando té de forma adecuada, o entendiendo el código Pashtunwali [camino de rectitud]. En una cultura basada en la venganza, continuamos derribando puertas, violando los códigos de honra cuando se hace registros de casas, de mujeres y matando a civiles en explosiones, tal como lo hemos estado haciendo desde el 2002.

Menos del 5% de las fuerzas de EUA actualmente en Afganistán desempeñan un rol de reconstrucción. Y al igual que en Vietnam, las misiones de asuntos civiles son una prioridad más baja para las unidades de protección de fuerzas y de vehículos MRAP. En vista de que muchos de los PRT estadounidenses en el sur del país fueron disueltos y su personal integrado en las fuerzas de maniobra en el 2005.

Irónicamente, la nueva estrategia del General McChrystal en Afganistán de sacar las fuerzas de las zonas rurales para proteger los centros poblados más grandes es exactamente lo que el enemigo escogería que nosotros hiciéramos, de poder hacerlo. Los afganos que viven, principalmente, en los pueblos más grandes son comerciantes y empresarios menores, y ellos son los últimos, salvo los hazaras, que quieren la restauración del gobierno talibán. Es la gente rural a la que se necesita proteger más en una insurgencia rural, no a la población urbana.

Deja Vu Provincial

Las divisiones de combate de EUA normalmente establecieron sus áreas de responsabilidad táctica, y de ese modo, el curso de sus operaciones con base en los límites de provincia. Sin embargo, tanto en Vietnam como en Afganistán, estos límites provinciales eran líneas administrativas artificiales que no correspondían, ni corresponden hoy en día, a ninguna realidad política en el terreno. (...) La identidad pashtu tiene sus raíces en un nivel de organización social inferior, en el woleswali (distrito) y el alaqadari (subdistrito). Por lo tanto, los pashtus rurales no tienen ningún interés político perceptible en esta piedra angular de iniciativas militares y políticas internacionales en Afganistán.

Una creencia habitual entre los escritores sobre la guerra de Afganistán, es que las áreas tribales pashtus es que son “zonas sin gobierno”. Eso no es correcto. Las áreas tribales de Afganistán son altamente gobernadas: son gobernadas, como lo han sido por un milenio, por la ley tribal. Esta resuelve 95% de todas las disputas por medio del mecanismo de jirga, o consejo. el mulá el cual es una parte integral de un jirga, un asesor espiritual que asegura que el resultado concuerde con los dictámenes del Islam, pero los ancianos encabezan el proceso. La sociedad rural afgana es un triángulo de poder conformado por los ancianos, los mullas y el gobierno. Históricamente, el gobierno es un segmento microscópico.

Siempre que un gobierno central secular intentó hacerlo (tal y como se promueve ahora con el Proceso de Bonn), como lo hizo el Rey Amanullah en la década de los 20 y los comunistas en la década de los 80, ha resultado en una revolución rural conservadora y violenta dirigida por los mullas y definido en términos de la yihad que derrocó al gobierno. “Ampliar el alcance del gobierno central” es exactamente la estrategia equivocada en Afganistán.

A diferencia de Irak, no hay jeques tribales. Los jirga son círculos igualitarios de ancianos en los cuales todos los hombres son iguales.

El concepto de “barrer, mantener y fortalecer” fracasa en Afganistán por las mismas razones que fracasó en Vietnam. ejemplificó la tragedia paradigmática de la Colina Hamburguesa en Vietnam, porque no hay ningún fortalecimiento subsecuente. En lugar de “barrer, mantener y fortalecer”, lo que hace EUA puede ser caracterizado como: “barrer, regresar a la base de fuego; barrer, regresar a la base de fuego; barrer, regresar a la base de fuego”.

En Afganistán, depositamos nuestras esperanzas en la Policía Nacional afgana, la organización más ampliamente odiada y corrupta en el país, o el nuevo concepto de “milicias tribales”, otra idea extraordinariamente mala. El mejor mecanismo para lograr esto, basado en los éxitos del programa CORDS en Vietnam y en la base principal del modelo de los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT) en Afganistán. Tener un promedio de un PRT en el sur y en el este para cada 1,2 millones de pashtus en la miseria más absoluta, como es la tasa actual, puede ser un experimento valioso en las operaciones cívico-militares, pero es claramente absurdo como un mecanismo para el desarrollo y seguridad significativo. La razón principal por la cual tan pocos soldados estadounidenses toman parte en la misión más importante en Afganistán es porque los oficiales son ascendidos en grado al demostrar destrezas de maniobra, no por llevar a cabo misiones estáticas.

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